Yo elegí esta casa, la elegí con un sótano amplio y escaleras iluminadas, con plantas de hojas grandes y gruesas en el jardín, con dos árboles frutales en el patio. Elegí un perro blanco lleno de risas y ansias de que yo llegara, y una ventana que encarara el sol de la mañana. Escogí por el precio módico de la renta (y empiezo a odiarme). Servicios incluidos, buenos vecinos, aburridos vecinos, ordinarios vecinos. Fue mi decisión, enteramente mía, dedicarme de ocho a dos a un trabajo bien remunerado, sin sorpresas y con plazos. Después de eso unas tres, cuatro horas de escuchar gente, habría que ver mi cara (esto no lo soporto) de: bueno, esto es la vida y la vida pasa. Sí, muchas risas. Muchos cuentos con personajes como sombras y anécdotas intolerables. Me duele lo cotidiano y odio sus voces. Junto con ellas, mi vida.
Elegí cortarme aquellas raíces, pues las personas llevan pies y no ramas. Cortarme las alas (quiero vomitar con esa frase... Cortarme las alas. Tremenda idiotez. Lugar común es eufemismo). Elegí llevar el cabello negro y las ideas cortitas, los labios pálidos. Los cuadernos vacíos y el libro empolvado.
No me reconozco. Fracasé en voluntad y en resistencia. ¿Cuándo me ahogó todo esto?