Me bastaron diez minutos de escuchar a Juan, cuando supe que podía confiar en él. No es que lo supiera conscientemente. Si alguien me hubiera preguntado si era digno de confianza, no hubiera tenido idea qué decir. Pero me sentí a salvo a su lado. Tanto, que empecé a contarle cosas algo personales con días de conocerlo, cuando normalmente me toma meses o años, y a veces no pasa nunca. Al poco tiempo de conocerlo, lo invité a mi casa y fuimos muy felices. Desde que nos conocimos, nos queda corto el tiempo y no podemos dejar de hablar por horas y horas y horas.
Una vez estuve enferma de algo que parecía grave. Los estudios que me tuve que hacer eran para descartar cosas horribles, y cuando supe, entré en pánico y empecé a temblar. Lloré poquito, y le mandé un mensaje diciendo que necesitaba que fuera por mí. No me preguntó absolutamente nada. Sólo llegó y me dijo que si qué hacía, si abrazarme, hablar de eso, hablar de otra cosa, embriagarnos...
Nunca nos sentamos frente a frente, y en tono ceremonioso le pregunté si quería ser mi mejor amigo. Ni él a mí. Sólo pasó. Nunca lo hablamos, nunca lo aclaramos. Sólo supimos que lo éramos en algún momento, y era obvio que era mutuo, con todo y que cada quién tenga más amigas y amigos, con diferentes niveles en esa escala de privilegios en los que acomodamos la confianza.
Hace unos días, hablaba con él sobre cómo las relaciones personales van avanzando naturalmente, y cambian de nombre según una serie de requisitos medio difíciles de determinar. Sabes quién es tu mejor amigx sin tener que preguntártelo mucho. No es como que le digas: ¿quieres ser mi mejor amigo? Y a raíz de esa pregunta cambie su conducta, se adapte a una predeterminada por sepa la madre quién hace siglos. Tampoco es necesario "terminar". Si algo ya no va bien, la gente se aleja y ya está. Sin tener que buscar formas para cortar sin lastimar, ni pretextos ni nada.
En cambio las relaciones de pareja, por tradición, comienzan de una forma, van evolucionando, y luego se les cambia la etiqueta. La etiqueta incluye no sólo contratos de exclusividad, sino conductas predeterminadas y algo fijas según la edad, el género, la época, etc. Si una de las personas no cumple con las (altas) expectativas de la otra, hay que informar con amabilidad (mil veces sin ella) que la relación ha cambiado de nombre y por lo tanto, hay que comportarse según otras reglas, también predeterminadas, de cómo se portan las/los exes. Aunque hay cosas que se esperen, y varíen de persona a persona, hay otras que son diferentes en cada miembro de la pareja. Unos esperan que desaparezcas cuando terminan, otros se ofenden porque no los volviste a buscar. Unos te dicen que eres libre para ir y tirarte a quien te dé la gana (estrictamente hablando, es justo ese ingrediente el que no es suficiente, sino necesario, para afirmar que la relación terminó) pero te arman un drama cuando se enteran que lo hiciste (y el tamaño del drama es inversamente proporcional a los días que hayan pasado después de terminar).
Juan y yo pensábamos cuál será un punto intermedio, porque asumimos que una relación de pareja tiene implicaciones diferentes a la amistad, en el que no tengamos que encasquetarnos en términos que definen relaciones y nos obligan a lo que no nos es natural en un determinado momento. No hemos llegado a una conclusión.
Pensaba por ejemplo, en aquella ex que le daba más importancia a la fidelidad que a cualquier otra cosa. Ni al amor, ni a las demostraciones de amor, ni el tiempo en común era tan definitivo. Si no hubiéramos tenido un contrato de exclusividad, no me hubiera decepcionado tan dramáticamente cuando supe que andaba prometiéndole amor a otra, ni la hubiera imaginado tragándose lentamente dos años de drama celópata que (no-sé-por-qué) me aventé. En cambio, si las relaciones de pareja fueran como las de amistad, podría darle consejos de amor sobre qué decirle a esta chica, y tener sexo hasta que se nos derritiera la piel toda la noche. Pienso esto en particular, porque si yo no me hubiera enterado, no habría habido ninguna diferencia. Dice Mel que ella cree que cuando amas a una persona no se te antoja otra. Yo he visto a cientos de personas amar a profundidad a alguien, y estar con alguien más. Que mientan o no, depende del contrato que hicieron antes. Que estén con alguien más (en mente o en persona) depende no exactamente del amor, sino de otro conjunto de características de personalidad y crianza y creencias y hormonas que a veces nada tienen que ver con la persona a la que se le pone el cuerno.
Creo que salvo una, todas las relaciones que he tenido podrían seguir felizmente si no hubiera estos contratos de exclusividad del término "noviazgo". Quién sabe, pero tal vez podríamos tener varias relaciones abiertas, y el llamado poliamor tiene más sentido.
También es cierto que sólo en un nivel muy superficial. Creo que casi todo mundo quiere (porque les lavaron el cerebro, y los mitos del amor romántico, diría Juan) una relación monógama a largo plazo. La única diferencia que he visto en las relaciones que tienen mis conocidxs, y el único amigo que tengo con una relación abierta, es que éste último jamás tiene culpa, no se decepciona (porque esperas menos de quien es tu amiga con derechos que de tu novia), no se agota, y bueno, no es infiel porque de entrada eso no se puede. Se oye tonto y obvio decir que se necesita un contrato de exclusividad para que haya infidelidad. Lo triste es que ni un contrato ni una firma en un papel frente a testigos nos previene de sentir atracción por alguien más. Y si mi pareja se queda conmigo sólo porque ya dijimos que nos íbamos a quedar, o sólo porque le prohibí explorar más, se me hace igual que pretender que un ave me quiere porque la tengo en una jaula. Si no le tengo jaula, y se queda, puedo estar segura que es porque es feliz conmigo y nada más. Y si estando con alguien más me sigue haciendo feliz su compañía y me sigue dando placer sexual, y el asunto es mutuo, ¿a mí qué me quita que esté con alguien más?