También puedo culpar a mi mala memoria.

Y decir que todas las veces que me rompo la cara contra el mismo peñasco han sido culpa de mi olvido, porque ahi ha estado siempre y en años no se ha movido. Me toco las heridas donde la sal escuece y trato de encontrar un motivo, un sentido a toda esta locura que no me deja quitar los ojos del cielo quieto y la playa complaciente que creo ver al otro lado.

La espuma en la arena murmura una advertencia. Sigo sin escucharla, y nada parece real.

Escalando con las manos ensangrentadas triunfo sobre el peñasco y alcanzo a ver la basura en la playa.