Oh, loneliness, loneliness.

O soledad que es lo pinche mismo.

Este mundo interior de monstruos y señales inconexas, este vacío tan común y tan a mi manera. Bebé-esquizofrenia, y las ganas de que sea una buena idea lo que es arrepentimiento desde antes de nacer.

Me lees y no me entiendes. Te describes y no te entiendo. Quisiera que la convivencia no necesitara de tantas explicaciones; que hubiera más gente que se desgarrara frente al dolor y floreciera frente a los primeros rayos de sol en la mañana.

Me he ocultado tanto que no sabes quién soy. Los juicios no me importan, pero empecé a fingir que sí cuando tenía 19 años y mi papá me dijo que no fuera tan jodidamente inadaptada. Que la gente esperaba un "gracias" frente a los cumplidos y una justificación frente a las críticas. Perdón por ser tan egoísta. Te juro que me importa y no quisiera serlo, no sé bien por qué. Supongo que porque no se debe. No sé, es pura evolución y no es mi culpa. No me importa. No sé, no tengo puta idea.

No sabes quién soy ¿o sí? Porque en la mañana puedo ser hilos de seda con fondo de guitarra melancólica y una taza de café demasiado fuerte para mi gusto. Porque me hago un café fuerte como lo tomaban mis exnovias y me da risa porque a mí me da gastritis, no emoción. Tengo una colección de tazas con café a medias en el escritorio, y una colección de anécdoaklsjfsd que no me importan. Me caga esa palabra porque no sé escribirla.

Tampoco sé escribirme una vida.